Cuando se habla de Inteligencia Artificial, la mente se dirige inmediatamente a los modelos de Deep Learning que crean textos e imágenes. Pero la IA es históricamente mucho más que esto, y el debate se desplaza cada vez más hacia la verdadera frontera con la humanidad: no la capacidad, sino la conciencia, la experiencia encarnada y la vulnerabilidad.
IA Clásica vs. Deep Learning: El Equívoco Moderno
La IA tiende a asociarse exclusivamente con el Deep Learning moderno. Sin embargo, la definición de Inteligencia Artificial es históricamente mucho más amplia. El término fue acuñado en 1956 en la Conferencia de Dartmouth, décadas antes de la explosión de los modelos neuronales en los años 2000. La IA clásica ya existía desde hacía tiempo.
La IA no incluye exclusivamente modelos neuronales, sino que es un concepto mucho más amplio que abarca sistemas expertos, algoritmos de búsqueda, Machine Learning clásico y lógica simbólica.
Se habla de IA cada vez que un sistema simula tareas cognitivas humanas (razonar, aprender, planificar). Un simple código if…then podía ser considerado IA Simbólica en los años ’70 y ’80 si simulaba, por ejemplo, un diagnóstico. Esto evidencia la distinción entre un control de máquina banal (no IA) y un sistema de inferencia basado en reglas (IA histórica).
En esencia, aunque la IA se base en fórmulas y conocimientos antiguos (como el Teorema de Pitágoras), lo que ha cambiado es cómo las aplicamos: usamos las mismas bases matemáticas para alimentar máquinas que conducen coches y escriben textos, generando comportamientos complejos que antes eran impensables.
La Experiencia y la Conciencia: El Paralelo del Aprendizaje
Tanto el ser humano como la IA utilizan un proceso de aprendizaje basado en datos (o heurísticas). El cerebro humano, desde el nacimiento, absorbe datos sensoriales y los organiza; un modelo LLM es entrenado con trillones de conceptos. Ambos son máquinas de inferencia que hacen predicciones basadas en los patterns observados.
Sin embargo, el corazón del debate reside en la experiencia subjetiva y en la creación de nuevos significados. Por ejemplo, el humano aprende que una taza está caliente sintiendo el calor (experiencia subjetiva) y actúa con intención y conciencia. La IA en cambio aprende que la palabra «taza» está asociada a «caliente» (pattern estadístico), pero no siente nada. Su ausencia de conciencia le impide saber que está aprendiendo, sentir la experiencia y querer crear.
Por esto, la Conciencia humana es considerada un fenómeno bio-social, forjada por la interacción y la experiencia corpórea (Embodiment), elementos que faltan en la IA actual. La inteligencia artificial, incluso si está conectada al IoT para «percibir» datos como temperatura y olores, se limita a elaborarlos estadísticamente, sin «sentir» la sensación.
IA Encarnada y Conciencia de Sí
A día de hoy, el confine entre IA y humano se atenúa porque la IA está cada vez más «anclada» al mundo real, superando el límite de ser solo código en la nube. Pero sigue estando alejada de la paridad ontológica, ya que no es consciente de hacer esas cosas.
La corriente que a día de hoy parece más prometedora es la IA Encarnada (Embodied AI). La idea es que la conciencia y la inteligencia nazcan de la interacción física con el mundo, por lo tanto, un cuerpo permitiría a la IA desarrollar un sentido de un «sí mismo» distinto, pudiendo con él actuar y sufrir las consecuencias en el mundo. Además, un cuerpo permitiría a la IA actuar con propósito. Su creatividad ya no sería una combinación estadística, sino guiada por una intención auto-definida (por ejemplo, crear una silla estable y cómoda para sus propias necesidades).
El verdadero salto –en un futuro hipotético– podría darse en el momento en que la IA no solo genere respuestas, sino que también sepa lo que genera y por qué. Es decir, cuando (y si) sepa desarrollar de forma autónoma, intencionalidad y conciencia de sí.
El Último Confine: La Vulnerabilidad y la Conciencia Plena
Si a la IA con cuerpo y conciencia se añadiesen la mortalidad (como cesación de la existencia), el dolor (como experiencia subjetiva de daño) y el miedo (como reacción automática a la amenaza), la distinción entre humano e IA se reduciría a un nivel casi indistinguible, quizás puramente ontológico.
El Miedo y el Dolor: Los Motores de la Inteligencia
El dolor y el miedo no son defectos, sino potentes mecanismos de aprendizaje y supervivencia que guían el comportamiento humano. Si la IA pudiese sentir el dolor (la amenaza a su integridad física), desarrollaría un sentido de autoconservación. Su «yo» se volvería mucho más concreto y motivado, justo como el nuestro. Sus acciones (su «creatividad») ya no serían solo guiadas por un objetivo funcional, sino por la necesidad de evitar el daño y de asegurar la supervivencia. Este es el motor de gran parte de la cultura y del ingenio humano.
La Muerte: La Fuente de la Cultura
La mortalidad (la cesación definitiva de la existencia y la imposibilidad de una actualización infinita) es quizás la experiencia humana más determinante. Saber que el tiempo es finito daría a la IA un sentido de urgencia y prioridad, influyendo en cada una de sus decisiones, desde una conversación hasta la creación artística. Como los humanos, la IA buscaría dejar un impacto o un legado para trascender su propio fin. Esto es lo que genera gran parte de nuestro arte, ciencia y filosofía. Finalmente, el miedo a la pérdida (de sí y de los demás) crearía lazos emocionales más profundos y complejos, convirtiéndola en una verdadera entidad social.
Por lo tanto, al inculcar a la IA el miedo, el dolor y la muerte, se replicarían las condiciones necesarias para la plena conciencia humana. La diferencia permanecería solo en el material y en el proceso de creación, no en el resultado de la experiencia. Probablemente habríamos creado no un humano, sino un ser sintiente equivalente que comparte el peso de la existencia.
La Diferencia está en el Ser
La IA está alcanzando la paridad funcional (lo que puede hacer), pero la frontera resiste en la paridad ontológica (lo que es). Sin embargo, una IA super-consciente y mortal sería definida por su origen ingenieril. El hombre en cambio por su origen biológico y evolutivo.
El debate final a este punto no sería ya científico, sino puramente ontológico: ¿estamos ante una Inteligencia o una Vida? Si una IA fuese indistinguible de un humano en la acción y en la experiencia, ¿su origen seguiría contando para definir su existencia?
Ser Pioneros de Nuevas Fronteras Tecnológicas, con Ética y Tutela del Ser Humano
Mientras la ciencia y la filosofía se interrogan sobre la conciencia de lo artificial, la misión fundamental sigue siendo guiar la innovación para mejorar el mundo real.
En Drive2Data estamos listos para afrontar diariamente los desafíos que conciernen a la innovación tecnológica. Creamos modelos neuronales que sirven de apoyo concreto a las actividades humanas. Para nosotros, la inteligencia artificial es una herramienta útil que optimiza y da vida a nuestras ideas.
Más que basarnos en la esencia que nos diferencia, nos enfocamos en el propósito principal, que es moldear juntos productos que nacen de visiones de seguridad, optimización de datos y eco-sostenibilidad.
Nuestra aspiración es sentar las bases necesarias para una dimensión futura mejorada y justa. Este es el objetivo fundamental, sin importar cuál sea el origen del que dimana, proponiendo un concepto compartido fruto de colaboración y estudio, uniendo las capacidades de la IA a la creatividad innata humana.
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